Hay veces que un recuerdo es un olor, es más, incluso puede ser al revés, es el olor el que evoca un recuerdo.
Se identifican situaciones vividas, sitios y lugares, personas y emociones, a través de los olores que desprendían esas personas, esos lugares y esas situaciones.
Así, en mi memoria, han quedado grabados los siguientes olores y sus recuerdos:
El olor del colegio de la calle Serrano, un olor entrañable, particular, tal vez, a madera vieja y a espacios sin mucha luz.
El olor a Santander, el olor que se desprendía cuando al enfilar las primeras cuestas del puerto del Escudo, al ir a cruzar la línea imaginaria que separa la provincia de Santander con Burgos, al bajar la ventana del coche, inhalábamos un par de bocanadas con sabor a mar, a sal y a hierba mojada.
El olor de la iglesia de Latas, a piedra a humedad y a santuario.
El olor del asfalto, recien mojado por una tormenta de verano.
El olor del ceped, avivado por el riego de un aspersor o de la lluvia.
El olor de una antigua novia, a crema hidratante y a perfume.
El olor del bebe, limpio, peinadito y perfumado cuando lo traían del nido a primera hora de la mañana.
El olor del campo en Santander, olor sano y natural: a maiz y a abono.
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